WALTER
PEÑALOZA
Pocos maestros, investigadores y pensadores de la
educación han abordado con tanta vehemencia, constancia, amplitud y profundidad
el tema de la concepción, función y formación del educador como el Dr. Walter
Peñaloza; quizás ninguno como él ha dedicado tanto tiempo de su vida a tan
importante labor. En este campo Peñaloza no fue sólo un teórico sino que fue el
ideólogo y conductor de una de las experiencias más valiosas que tuvo el Perú:
la formación de maestros en la Escuela Normal Superior “Enrique Guzmán y Valle”
La Cantuta.
Peñaloza concibió la formación de maestros al más alto nivel, sin discriminación si eran de Primaria,
Secundaria o Técnica. Consideró que el maestro debería ser formado
integralmente para que pudiese actuar con compromiso, eficiencia y eficacia en
una educación cuyo fin era formar integralmente al hombre como persona, como
ser social y como agente promotor de su cultura.
Concibió al maestro como aquel profesional formado
en sus dimensiones biológica, psicológica, social y espiritual, que entendía
que la educación además de ser considerada como ciencia y como técnica era
también filosofía y arte y que por lo tanto su formación no podía descuidar
ninguno de estos aspectos.
Sostenía Peñaloza (1997) que “nadie le podrá quitar
a la educación su naturaleza auténtica de arte y al maestro su carácter de
artista”[1]. “Lo que hace el maestro tiene como propósito causar un impacto
profundo en el alma del niño, del joven o del adulto. Su finalidad es que el
alumno se transforme. Por lo tanto, en el maestro hay tanto de actor como de
creador. El maestro es, por consiguiente, mucho más que el artista reiterativo
(...). Es más bien el artista creador, porque no solamente recrea lo que dice,
sino que en cada nuevo acto de labor con los educandos está creando para ellos
y en cierto modo, creándolos a ellos mismos”[2].
La piedra angular de sus aportes a la educación lo
constituye “el currículo integral”, como concepción genuina que defendió a lo
largo de toda su vida y que se llegó a plasmar en la experiencia de la Reforma
Educativa de los años setenta y, antes, en su experiencia de formación de
maestros en La Cantuta.
El currículo integral contribuyó a rescatar la
figura del maestro educador y la contrapuso a la figura del maestro enseñante.
Los futuros maestros debían recibir y explorar conocimientos, incorporar
receptiva y creadoramente el mundo de lo cultural, vivir experiencias no
cognoscitivas, efectuar numerosas y consistentes prácticas profesionales que le
posibilitaran alcanzar destrezas en el ejercicio docente, y, alcanzar dentro de
lo posible un armónico desarrollo de sus capacidades interiores, mediante el
apoyo de la consejería. Así, los maestros “quedaban preparados a través de una
experiencia viva de varios años, para actuar más tarde ante los niños y jóvenes
a su cargo en todas esas áreas, vale decir para impulsar, a su turno, un
currículo integral en su trabajo con esos niños y adolescentes”.
Para Peñaloza, el educador es aquél que “debe tener
la habilidad y espíritu profundo para promover la autonomía y el sentido de
libertad de los niños, jóvenes y adultos; para despertar y desarrollar en ellos
sus capacidades de observación, reflexión y análisis; para llevarlos a la
comprensión de los valores; estimularlos a la noción de solidaridad, y a la
toma de conciencia y comprensión cultural circundante (arte, religión, tecnología,
moral), seguida de la toma de posición ante el mundo y para la acción creadora.
Por eso, únicamente el que arme integralidad en su formación puede transportar
esa integralidad a sus futuros alumnos. Quien no tiene la vivencia de la
formación integral, no puede brindarla a nadie, en realidad no sabe siquiera lo
que es, no tiene idea de su existencia”.
El maestro, para Peñaloza, es el vector de la
sociedad y el gran mediador del proceso educativo. En tal virtud, su verdadero
papel es el que los educandos alcancen el contacto con los valores, lo cual es
imposible si el mismo profesor no posee amplia comprensión de los mismos y de
las creaciones culturales de los hombres. De allí que la dimensión axiológica
(orientación a valores) y la comprensión del mundo cultural en la formación de
los maestros resulten decisivas. Estos son los pilares insustituibles de su
verdadera preparación como futuro educador.
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